Julia Veraniega se asomó a la ventana de su ordenador. Le encantaba chatear a altas horas de la madrugada. Su aspecto traslucía cansancio mientras sus suaves dedos tecleaban a toda velocidad signos en el infinito mundo de los unos y los ceros. Su cabello liso de azabache le caía sobre la frente y sobre los hombros nerviosos y sus ojos azules miraban ávidos por encima de su perfil delicado y sus labios rosados. Resopló.
En el correo tenía un mensaje de alguien que no conocía. Estamos cada segundo de nuestra vida eligiendo un nuevo camino que recorrer, un principio del viaje. Julia abrió con un click el deseo de sus impulsos adolescentes.
“Todo lo que puedas pensar es real”
Aquella frase no tenía sentido. Intento descifrar en la red semiótica de su mente el significado de aquella otra red inabarcable de signos virtuales. Se topó con una zona oscura de su cabeza y una gota de esfuerzo apareció entre su pelo y le resbaló por la sien. Sin poder resistir la curiosidad inició mensajería instantánea con el misterioso individuo de aquella frase asignificada.
"¿Quién eres?"
Julia tenía 17 años y su adolescencia tardía buscaba ya la madurez de la juventud. Era parte del todo, era el todo que interactuaba con otras partes en busca de una respuesta. Era un bit que había perdido su disco duro sin saber que había millones de discos duros que habían perdido sus computadoras. Estaba en ese punto de no retorno cuando todos los puntos confluyen. Estaba. Había llegado al Vórtice.
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