domingo, noviembre 18, 2007

Los tres jóvenes caminaban envueltos en la oscuridad. El más alto, con gafas, inspeccionaba el horizonte hasta que al final divisó a un chico vestido de negro que los esperaba al final de los soportales. Sonrieron. La noche era pesada y fría.

Cuando al fin llegaron al final de edificio, el de negro les paró un momento y les dijo: "olvidad todo aquello en que creíais, todo lo que os habían contado. Bienvenidos a mi facultad". Y con un paso dobló la esquina para adentrarse en lo desconocido.

Una hoguera ardía con fuerza en el centro de lo que parecía un anfiteatro. Otras más pequeñas secundaban la principal a sendos lados del lugar. Unos cuantos chavales estaban partiendo un palé en busca de combustible para mantener vivo el fuego. La gente se arremolinaba alrededor en busca de un poco de calor para las entrañas y descanso para las arrugas. El aire olía a humo, alcohol y fiesta.

Los tres visitantes se quedaron asombrados con el espectáculo. Quién iba a pensar que así sería la universidad, se preguntaban. Se unieron a los amigos del chico de negro. Allí todos bebieron, rieron y compartieron sus miedos, defectos y virtudes; sus esperanzas y sus sueños; sus fobias e ilusión de pasar una noche de alegría en buena compañía.

Muy cerca, un cartel de la puerta de la facultad decía: La universidad es el grupo de maestros y escolares que se reunen con el afán de compartir saberes... Entre las llamas de la hoguera, el corazón de todos se hizo un poquito más grande.