domingo, abril 11, 2021

Érase una vez un libro

 

Érase una vez un libro. No es el más extenso ni el más popular pero nació de las entrañas de un corazón que ama, ríe, cae y se levanta. Como todos los libros, es  extraordinario, como la suave brisa del amanecer en verano. Es un grito de esperanza como el de Bastian Baltasar Bux para dar un nuevo nombre a la emperatriz y salvar Fantasía; como el del viejo Peter Pan que de pronto recuerda el país de Nunca Jamás: ¡Yo creo en las Hadas!

Escribir un libro pertenece ya al género de los rituales antiguos. Como la energía, ni se crea ni se destruye, es apenas una molécula en la imaginación de alguien y se expande hasta convertirse en un universo infinito. Porque los libros se escriben una vez pero nunca dejan de leerse. Los mejores son aquellos que se pueden leer diez veces y que siempre parezca diferente. No cambia el libro, sino quien lo lee.

Las palabras que te guardan es una historia universal: la pérdida, el desarraigo, la soledad, pero también la familia, la felicidad de lo cotidiano, volver a empezar. Como la historia de aquel a quien se padre le llevó por primera vez a conocer el hielo; como la de aquel reo que redimió su culpa cuidando de una niña en las revolucionarias calles de París.

Hay promesas que no podemos romper porque forman parte de nuestra alma. Como la de aquel caballero andante, lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor, que poseía la más cuerda de todas las locuras, la de saber quiénes somos.

Buen viaje a Ítaca, querido libro.