domingo, octubre 19, 2014

La Ventana



Dice Sabina que lo peor del amor cuando se acaba es que al punto final de los finales no le quedan dos puntos suspensivos... Será mi alma de marinero, que diría Serrat, o más bien de Peter Pan, que me he pasado la vida buscando esa ventana abierta donde encontrar a Wendy. Pero qué duro es cuando después de muchas noches visitando la misma ventana, un día, sin más, se cierra. Sin epílogo, sin despedida, sin un "te echaré de menos".

Como el joven Totó, esperando mil y una noches, con frío, viento y lluvia hasta el último día a que se abriera la ventana.  Y vuelve Sabina a retumbar en mi cabeza: "y la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido..." Y en dos horas se han agotado las entradas de su concierto en Madrid, porque la vida es así, pasa deprisa y no espera a digerir ni las buenas ni las malas noticias.

Camino pero no oigo el ruido de mi alrededor, sólo la voz de Samsagaz en mi cabeza: "henos aquí, como en las grandes historias, de esas que no quieres ver el final porque cómo van a acabar bien…". Las historias tienen un principio y un final, pero la vida no. Es un continuo, un eterno retorno en el que son mis pies los que me guían, bien lo sabía Antonio Machado. Todo esto me pasa por salirme del camino trazado, de "la general" como diría Rosendo, pero como le diría el escorpión a la rana: "es mi naturaleza" o como Lutero al Papa: "no sería justo ni honesto ir en contra de mi conciencia".

Creo que ya me encuentro mejor, hay mucho por hacer, que diría Ismael Serrano, y todas las distracciones imaginables para acallar la mente y las dudas, para aparentar que me rindo en silencio... Creo que esta noche meteré “ el corazón en una cajita por si me lo quitan”, como Extremoduro y no volaré en busca de Wendy porque "siempre me entra arena en los zapatos, que diría Fito. Creo que esta noche, dejaré el barco atracado en el puerto, me quedaré en nunca jamás.

"Lo importante es que no nos ha pasado nada y estamos bien", me dijo mi tía cuando se quemó la cocina en Puerto Rico. Ella lo sabría mejor que nadie después y yo no me puedo olvidar de que “seguimos vivos”, gracias Ismael otra vez, Serrano tenías que ser, y que en cada segundo de vida todo puede cambiar.

Aparece la voz de mi tío, "los problemas que no tienen solución es mejor no plantearlos". Mi cabeza los plantea una otra vez, me martillea entre descanso y descanso, en el metro, al levantarme y al acostarme. No puedo evitar los genes, pero me consuela esa voz cercana en mi corazón que me llamaba desde el otro lado del mar en cada cumpleaños: "atrévete a hacer las cosas diferentes".

Mañana saldré a navegar otra vez, a inventarme, a soñar que todo es posible, que Wendy existe y que me está esperando en su ventana.


lunes, septiembre 15, 2014

La Boda

Todo empezó en la charla que dio Ignacio en la universidad en la clase de aquel profesor medio chiflado de la que era alumna Rocío. Uno nunca sabe la importancia que tienen determinadas personas para el devenir de nuestras vidas aunque luego se pierdan en el baúl de nuestra memoria. Entonces Rocío no sabía aún que no se iría de Erasmus, ni sospechó nunca que el día 13 de septiembre de 2014 sería tan importante en su vida.

Mi parte en esta historia comenzó unas navidades justo antes de entrar con mi familia en el musical de El Rey León. "Hombre, Ignacio, ¿qué tal?", "Bien, bien, oye, se ha quedado libre el puesto de responsable de la página web de La Tribuna, ¿quieres trabajar con nosotros? No es como el puesto que te ofrecí en verano, esto sería jornada completa y contrato". Contesté: sí. Y gracias a esa llamada dos años y nueve meses después pude compartir tan cerca de él uno de los momentos más importantes de su vida.

No puedo evitarlo, el amor es una incógnita no despejada en mi vida. Casi me parece un jeroglífico sin Piedra Roseta con el que traducirlo. Y la forma en que Ignacio vive su relación con Rocío, tan natural, tan cariñosa, siempre me ha atraído. Su ya matrimonio funciona con la aparente sencillez de un reloj de cuco: con precisión y una imagen externa impecable, que esconde un trabajo para acompasar sus ritmos de vida, para entenderse, para respetarse, para pensar primero en el otro antes que en uno mismo. Eso es el amor y no otra cosa: un camino compartido entre dos personas en el que ambos miran en la misma dirección. Y así fue su boda también. Todo estaba tan bien preparado que sucedió de forma natural. Cóctel, cena, baile nupcial, concierto, coreografía ensayada y más baile hasta cerrar una noche que siempre recordaremos.

En mi historia particular dentro de la boda, tuve que implicarme en la intendencia y me perdí el momento del sí quiero en la Iglesia. Pero la vida siempre te devuelve una parte de lo que te quita. Cuando acabó la celebración pude disfrutar del novio y de la novia en exclusiva porque su hotel estaba al lado de mi casa. "Una boda pone a prueba de verdad una relación", me confesaba Ignacio cuando volvíamos en un coche de lujo pedido para la ocasión. Bien amigos, prueba superada, Matrícula de Honor. Los tres íbamos con una media sonrisa, respirábamos tranquilidad y los novios el triunfo y la satisfacción plena del trabajo bien hecho.

Los dejé en la puerta del hotel y me bajé del coche para poner un punto y seguido a mi parte en esta historia. Los dejé solos, por fin, marido y mujer, por primera vez y yo me fui caminando cuando aún no clareaba, en busca de la Piedra Roseta para descifrar el jeroglífico y construir mi propia historia.

domingo, agosto 31, 2014

La forja de un rebelde


Esta es la historia de un país pobre que fue arrastrado a una guerra civil. Es la primera conclusión que saco tras terminar la trilogía autobiográfica de Arturo Barea, que es seguramente la mejor crónica de la historia de España de la primera mitad del siglo XX. Al principio no entendía su propósito. El primer libro es una amalgama de recuerdos de su infancia en la que trata de mejorar su posición social para que su madre ya no tuviera que lavar más en el río. Es un mundo inóspito, lleno de prejuicios morales, hipocresía, con una fuerte separación social entre una casta privilegiada que sacaba rédito siempre de los más desfavorecidos, aquellos que nunca vivieron por encima de sus posibilidades.Barea cuenta su historia cruda y tranquila con la precisión de un taxidermista, una historia que es la mía 100 años después porque no hemos cambiado tanto.

El segundo libro retrata al corrupto hasta el tuétano ejército español, ése que comandado por unos cuantos generales aplastó a su propio pueblo sin remordimientos pocos años después. El tercero, el mejor y el más duro, refleja la guerra civil que él vivió en Madrid en su primera mitad, antes de verse obligado al exilio. Leo la historia de mis abuelos reflejado en este libro sin pestañear, sintiendo que me hierve la sangre de impotencia ante lo que es capaz de hacer la guerra con los seres humanos. Siento la indiferencia de Francia y de Inglaterra ante un pueblo luchando por un mundo mejor y me emociono al evocar a esas Brigadas Internacionales que acudieron a España a defender nuestra libertad que también era la suya. Los hemos evocado hace poco en la primavera árabe, pero ¡ay! como siempre, ya están quienes quieren aprovecharse de la buena fe humana para convertir su ilusión en un arma de destrucción sangrienta como ocurre en el Estado Islámico de Irak. El miedo es siempre el perfume que deja el totalitarismo.

La historia de Barea es la historia de la humanidad y por fin lo entiendo. Más que un libro son palabras vomitadas porque son quizá imposibles de digerir. ¿Cómo puede haber tanta injusticia a nuestro alrededor? ¿Cómo podemos pasar de largo ante la violencia que presenciamos cada día? ¿Es posible la alegría y la esperanza en un mundo así?

Pero creo que ya empiezo a entenderlo. Barea siempre quiso ser escritor pero nunca encajó en los círculos literarios y sólo la destrucción de todo su mundo le obligó finalmente a ello. Porque tenía que dar testimonio, porque tenía que decir las verdades para que, hoy, alguien como yo pudiera leerlo, comprender y seguir su legado. Por eso estudié periodismo: para poder dar voz a los que no la tienen, para cantarle a los poderosos las verdades que tanto les escuecen, como Barea, de manera tranquila y sencilla, sin gritar. Por que como él, yo también soy un idealista aburguesado que se rebela contra la sociedad injusta que le rodea. Porque tengo el deber histórico de continuar con el trabajo de tanta gente cuyo único crimen fue buscar una vida mejor, y mi mejor arma son las palabras.

En el último libro Barea se refugia en Calpe durante algunas semanas huyendo del horror de Madrid. En un restaurante donde iba a comer paellas, le pregunta al dueño: "¿Ganaremos esta guerra?" Él le contesta: "Sí...pero no ahora".

Mientras, habrá que seguir vomitando las palabras que no somos capaces de digerir.