domingo, abril 11, 2021

Érase una vez un libro

 

Érase una vez un libro. No es el más extenso ni el más popular pero nació de las entrañas de un corazón que ama, ríe, cae y se levanta. Como todos los libros, es  extraordinario, como la suave brisa del amanecer en verano. Es un grito de esperanza como el de Bastian Baltasar Bux para dar un nuevo nombre a la emperatriz y salvar Fantasía; como el del viejo Peter Pan que de pronto recuerda el país de Nunca Jamás: ¡Yo creo en las Hadas!

Escribir un libro pertenece ya al género de los rituales antiguos. Como la energía, ni se crea ni se destruye, es apenas una molécula en la imaginación de alguien y se expande hasta convertirse en un universo infinito. Porque los libros se escriben una vez pero nunca dejan de leerse. Los mejores son aquellos que se pueden leer diez veces y que siempre parezca diferente. No cambia el libro, sino quien lo lee.

Las palabras que te guardan es una historia universal: la pérdida, el desarraigo, la soledad, pero también la familia, la felicidad de lo cotidiano, volver a empezar. Como la historia de aquel a quien se padre le llevó por primera vez a conocer el hielo; como la de aquel reo que redimió su culpa cuidando de una niña en las revolucionarias calles de París.

Hay promesas que no podemos romper porque forman parte de nuestra alma. Como la de aquel caballero andante, lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor, que poseía la más cuerda de todas las locuras, la de saber quiénes somos.

Buen viaje a Ítaca, querido libro.

viernes, agosto 07, 2020

Ulises, Penélope e Ítaca

 

Para: hector@viajarysoñar.com

Asunto: Ulises, Penélope e Itaca

 

Querido Hector,

Perdona que haya tardado tanto en contestar a tu correo. He estado las últimas semanas recorriendo la costa vasca y es una pasada. Cada recodo natural, esas playas salvajes, cada acantilado y esos flysch que cuentan en sus pliegues la historia del mundo...

Me alegra saber que sigues escribiendo, eso sí que es un viaje, quién sabe dónde te llevará. En el alma de todo escritor siempre se esconde el anhelo de ser leído, aunque ya sabes que lo importante no es la meta sino el camino, disfrutar en cada momento de lo que haces. Siempre he creído que un viaje comienza en el mismo momento en que lo empiezas a idear, por eso me encanta prepararlos con atención y mimo. No como un esquema rígido e inamovible, sino con el afán precisamente de disfrutar desde mucho antes de esa meta ansiada tantas veces en los días de rutina. Un buen viaje, como los libros, nunca termina del todo, lo revivimos una y otra vez, lo recordamos en el sentido más etimológico de la palabra (cor cordis: corazón; re-cordar: volver a pasar por el corazón).

Las personas como tú y como yo nunca llegaremos a Ítaca porque el horizonte se mueve al ritmo de nuestros pies. Solo nos queda aminorar el paso y disfrutar de las vistas en ese gran viaje que es la vida. A veces seremos Ulises viviendo aventuras, desafiando a los dioses, enfrentándonos a los cíclopes y otros monstruos que habitan dentro de nosotros mismos. Otras veces seremos Penélope, tejiendo por el día y destejiendo por la noche, intentando que no nos gane el tedio y esperando que lleguen mejores días. Así es en los viajes de verano, en la vida y en el oficio de escritor.

Sobre todo, no te olvides de amar con intensidad en todas las etapas del camino. Porque el amor es lo que guiaba a Ulises en sus aventuras y a Penélope en sus rutinas. Muchas noches cedían a la nostalgia, aunque sin remordimientos. Porque el amante, como el poeta, sabe que los mejores versos son los que nunca se escriben. 

jueves, abril 23, 2020

Sin esperar nada a cambio


David se despertó empapado en sudor. Había soñado que estaba en una guerra, rodeado de enemigos, refugiado a duras penas detrás de un matorral. Oía como los disparos estaban cada vez más cerca, lo iban a descubrir y sentía que nadie vendría a socorrerle, ni sus compañeros ni sus superiores. Estaba solo.

Entró al trabajo  a la hora habitual, el hall de la comisaría estaba abarrotado. Solo en los últimos días se había abierto la mano para que los policías municipales empezaran a poder cogerse vacaciones porque, hasta entonces y todavía, la consigna era que se viera al mayor número de agentes en la calle. Las condiciones de seguridad en el trabajo eran algo secundario, solo importaba transmitir buena imagen.

domingo, abril 19, 2020

Un gran acuerdo para revertir el pesimismo


Este artículo es ciencia ficción, pero debería cumplirse y por eso deberías leerlo. 

Las emociones juegan un papel fundamental a la hora de explicar el comportamiento y evolución de la economía mundial. El optimismo empuja a una sociedad y su economía por encima de lo esperado, mientras que el pesimismo tiene el efecto contrario. Así lo han señalado distintos economistas en los últimos 100 años, tal y como explicó el periodista Antonio Gutiérrez-Rubí en un reciente artículo.

lunes, abril 13, 2020

La Superheroína del barrio

Que tu jefa te llame a las diez de la noche de un sábado no es habitual, pero tampoco lo es pasar semanas encerrado en casa sin apenas poder salir, trabajando a distancia, más bien viendo como tu trabajo languidece con casi todo cerrado. 

No es que no hubiera trabajo, al contrario, pero como Penélope mientras esperaba el regreso de Ulises, cada día se programaban planes y acciones de vuelta la normalidad para tener que deshacerlos y hacerlos de nuevo con cada nueva vuelta de tuerca en los acontecimientos o el último anuncio del Gobierno.

“Tus compañeras y tú os incorporáis mañana para echar una mano en el supermercado”, dijo mi jefa entre medias de un discurso de grandes palabras en el que hablaba de solidaridad con la empresa y de estar más unidos que nunca. Con más de media España encerrada en su casa, resultaba irónico que algunos tuvieran más trabajo que nunca y que su quehacer diario fuera tan importante para todos.
En resumen, además de seguir haciendo mi trabajo, iba a hacer seis horas más en un desempeño que jamás hubiera podido imaginar que haría: atendiendo la caja y reponiendo la mercancía en un supermercado. 

Extrañamente, me sentí feliz cuando salí de casa al día siguiente y todos los demás días desde aquel. Me sentí útil en un momento muy difícil; sentí que estaba contribuyendo a sostenernos a todos con mi pequeña aportación. Puede que no estuviera en la primera línea del personal sanitario, pero mi trabajo en el abastecimiento de la población era igualmente fundamental.

Además, con algunos clientes ejercía de psicóloga. Es increíble cómo puedes conocer a la gente en apenas unos minutos mientras pasas por el lector de barras su compra. Para muchos, especialmente personas mayores que viven solas, mi conversación era quizá la única que iban a tener en todo el día. La mayoría de ellos no llegaban a sus casas conectadas y se ponían a hacer videollamadas o a disfrutaban de su televisión bajo demanda.

Los había también que ni daban los buenos días, como si también la alegría o aún la educación nos hubieran sido vetadas, pero no era lo habitual. 

Unos cuantos, de manera imprudente, salían todos los días pero otros mantenían una disciplina alemana. Como aquel hombre que superaba los 70 años y que me confesó que salía cada 10 días. El buen hombre, soltero empedernido, me confesó que,  a su edad, se había visto obligado a aprender a cocinar, ya que estaba acostumbrado a comer y cenar fuera de casa. “Con todo esto me voy a hacer unas lentejas, ya veremos qué tal me quedan”. 

Y por supuesto estaban los que agudizaban la picaresca. Uno me propuso un trueque: un paquete de jamón ibérico por una mascarilla. Ante mi negativa, subió la oferta a dos paquetes. El mercado, amigo.

A las tres acababa mi turno y muchos días aprovechaba para llevarme lo que pudiera necesitar de compra para casa. Y allí me iba de vuelta, cargadas mis manos con bolsas y mi corazón de satisfacción. Al llegar a casa me quitaba el disfraz, la mascarilla, los guantes, la ropa a lavar, desinfectar todo.

Un día más, un día menos.  

lunes, abril 11, 2016

Somos Instantes

Alberto RoventyQue somos instantes me lo enseñó Diego Munch. Entonces éramos unos adolescentes que jugábamos a retorcer las teorías políticas de la izquierda en busca de nuestra propia identidad en las incipientes redes sociales que eran los foros.

Desde entonces he pensado muchas veces en el concepto de la vida como instante. No solemos prestarle atención en la rutina de nuestros día a día pero un instante puede llevarte a la cima y en un instante puedes notar todo el peso de la realidad sobre ti y sentir como algunos de los pilares sobre los que habías edificado tu vida se desmoronan.
La vida entendida como un conjunto infinito de instantes es lo que la hace tan especial, lo que nos convierte en únicos. Lo bueno de nuestra existencia es que ni los peores momentos duran para siempre. Lo malo es que tampoco los mejores son eternos.
La felicidad es también un instante único e irrepetible que a veces conseguimos conservar en el siguiente instante y a veces se esfuma delante de nuestras narices sin tiempo para rechistar, sin una explicación que probablemente se quedó en el camino, decenas de miles de instantes atrás y que ya no tiene sentido preguntar.

Solo si entendemos la vida como instante tiene sentido que, al mirar a una época pasada pensemos lo felices que éramos pero, curiosamente, mientras la vivíamos no éramos del todo conscientes. No es la época lo que nos hizo felices, si no el recuerdo de todos esos instantes que nos dejaron huella. Y a veces, precisamente son los instantes más felices los que duelen tanto después, hasta el punto de idealizarlos.

Dicen que si te duele el pasado es porque has sentido. Es porque esos instantes merecieron la pena. Pero el dolor también es un instante que va y viene. Y los instantes se van haciendo borrosos conforme el dolor va dejando sitio a nuevos instantes felices construidos al principio con dificultad, después con mayor rapidez.
Pero siempre quedará ese párrafo inconcluso de tu vida, esa suma de instantes eternos que acabaron con un largo silencio y unos puntos suspensivos…

domingo, junio 14, 2015

El día del cambio



Yo nunca había hablado delante de tanta gente. Habría cerca de mil personas disfrutando de la verbena popular en Las Vistillas para celebrar la llegada de Manuela Carmena a la alcaldía.
-Hay que dar un mensaje, le dije al de seguridad del escenario.
- Tenemos que recoger toda la basura de la plaza para que nadie nos pueda acusar de dejarla sucia. ¿Con quién tengo que hablar?
El de seguridad, que llevaba un chaleco fosforito de los que se usan en el coche, me señaló a su izquierda al dj, un chaval que tendría unos 25 años, con un bigote estilo vintage de los años 60. Eran las 11:50 de la noche y en diez minutos teníamos que apagar la música. Gonzalo y yo habíamos tomado la decisión de pedir por megafonía ayuda a la gente para recoger la plaza como muestra de una nueva forma de hacer las cosas en Madrid. Las instituciones deben de dar ejemplo público constantemente, es uno de los pilares para lograr una sociedad mejor. Le expliqué la situación al dj y a otra chica morena de pelo rizado que había a su lado.
-Tendrás que darlo tú- me dijo la chica.

Y sin darme tiempo de reacción me pasó el micro  y bajo la música…el tiempo comenzó a pasar más lento. Me subí al escenario y se elevó un cántico unánime entre la gente: “Sí se puede, sí se puede”.
-Buenas noches Madrid- me oí con voz firme en todos los rincones de la plaza, delante de cientos de orejas pendientes de mí. Hice una pausa, mientras un clamor unánime me respondía.
-Hoy es el día del cambio…- el clamor aumentó.
-Y como todo cambio…- Me quedé en blanco, no sabía que decir. Pasó un segundo eterno antes de continuar. -…trae una nueva forma de hacer las cosas. Vamos a acabar la fiesta por hoy-.
 El coro de voces grito de nuevo: -¡Nooooooo!-
A mi espalda oí como el dj me decía: -para esto no te he dejado que subieras-. Los segundos pasaban como horas. El de seguridad se acercó a mí y me dijo: -Habla o los pierdes-
Me dejé de parafernalias, tenía que dar el mensaje.
-A las 12 vamos a apagar la música y queremos pediros colaboración para dejar la plaza más limpia de cómo nos la hemos encontrado-.
Los recuperé. La gente empezó a aplaudir y a vitorear.
-Porque eso también es parte de hacer el cambio-. Nuevo clamor. El dj subió la música antes de que pudiera añadir: -En unos minutos acabamos-.

Me bajé del escenario, y le dije al dj: -A las 12 apaga, ni un minuto después, evitemos problemas-.
Crucé toda la plaza hasta la carpa donde estábamos sirviendo bebida y comida.
-Bien hablado, Alberto- me dijo Gonzalo, uno de los que más han trabajado por Ganemos y por la confluencia en Madrid y quien me enroló por primera vez en el proyecto en julio del año pasado en la primera Asamblea de Ganemos en el barrio de Tetuán. Gonzalo y varios más cogimos bolsas de basura y nos distribuimos para recoger. Muchos nos ayudaron. De vez en cuando me cruzaba con personas que no conocía que iban también con bolsas de basura, las sonreía y las animaba. Llenamos los contendores de la plaza y quedo limpia, aunque todavía había mucha gente haciendo botellón. Entre Gonzalo y yo cogimos uno de los cubos de basura y lo arrastramos hasta el medio de la plaza para que todo el mundo lo viera y pudiera echar la basura allí.
Ha comenzado el cambio y hay mucho que limpiar.