El segundo libro retrata al corrupto hasta el tuétano ejército español, ése que comandado por unos cuantos generales aplastó a su propio pueblo sin remordimientos pocos años después. El tercero, el mejor y el más duro, refleja la guerra civil que él vivió en Madrid en su primera mitad, antes de verse obligado al exilio. Leo la historia de mis abuelos reflejado en este libro sin pestañear, sintiendo que me hierve la sangre de impotencia ante lo que es capaz de hacer la guerra con los seres humanos. Siento la indiferencia de Francia y de Inglaterra ante un pueblo luchando por un mundo mejor y me emociono al evocar a esas Brigadas Internacionales que acudieron a España a defender nuestra libertad que también era la suya. Los hemos evocado hace poco en la primavera árabe, pero ¡ay! como siempre, ya están quienes quieren aprovecharse de la buena fe humana para convertir su ilusión en un arma de destrucción sangrienta como ocurre en el Estado Islámico de Irak. El miedo es siempre el perfume que deja el totalitarismo.
La historia de Barea es la historia de la humanidad y por fin lo entiendo. Más que un libro son palabras vomitadas porque son quizá imposibles de digerir. ¿Cómo puede haber tanta injusticia a nuestro alrededor? ¿Cómo podemos pasar de largo ante la violencia que presenciamos cada día? ¿Es posible la alegría y la esperanza en un mundo así?

En el último libro Barea se refugia en Calpe durante algunas semanas huyendo del horror de Madrid. En un restaurante donde iba a comer paellas, le pregunta al dueño: "¿Ganaremos esta guerra?" Él le contesta: "Sí...pero no ahora".
Mientras, habrá que seguir vomitando las palabras que no somos capaces de digerir.