domingo, agosto 31, 2014

La forja de un rebelde


Esta es la historia de un país pobre que fue arrastrado a una guerra civil. Es la primera conclusión que saco tras terminar la trilogía autobiográfica de Arturo Barea, que es seguramente la mejor crónica de la historia de España de la primera mitad del siglo XX. Al principio no entendía su propósito. El primer libro es una amalgama de recuerdos de su infancia en la que trata de mejorar su posición social para que su madre ya no tuviera que lavar más en el río. Es un mundo inóspito, lleno de prejuicios morales, hipocresía, con una fuerte separación social entre una casta privilegiada que sacaba rédito siempre de los más desfavorecidos, aquellos que nunca vivieron por encima de sus posibilidades.Barea cuenta su historia cruda y tranquila con la precisión de un taxidermista, una historia que es la mía 100 años después porque no hemos cambiado tanto.

El segundo libro retrata al corrupto hasta el tuétano ejército español, ése que comandado por unos cuantos generales aplastó a su propio pueblo sin remordimientos pocos años después. El tercero, el mejor y el más duro, refleja la guerra civil que él vivió en Madrid en su primera mitad, antes de verse obligado al exilio. Leo la historia de mis abuelos reflejado en este libro sin pestañear, sintiendo que me hierve la sangre de impotencia ante lo que es capaz de hacer la guerra con los seres humanos. Siento la indiferencia de Francia y de Inglaterra ante un pueblo luchando por un mundo mejor y me emociono al evocar a esas Brigadas Internacionales que acudieron a España a defender nuestra libertad que también era la suya. Los hemos evocado hace poco en la primavera árabe, pero ¡ay! como siempre, ya están quienes quieren aprovecharse de la buena fe humana para convertir su ilusión en un arma de destrucción sangrienta como ocurre en el Estado Islámico de Irak. El miedo es siempre el perfume que deja el totalitarismo.

La historia de Barea es la historia de la humanidad y por fin lo entiendo. Más que un libro son palabras vomitadas porque son quizá imposibles de digerir. ¿Cómo puede haber tanta injusticia a nuestro alrededor? ¿Cómo podemos pasar de largo ante la violencia que presenciamos cada día? ¿Es posible la alegría y la esperanza en un mundo así?

Pero creo que ya empiezo a entenderlo. Barea siempre quiso ser escritor pero nunca encajó en los círculos literarios y sólo la destrucción de todo su mundo le obligó finalmente a ello. Porque tenía que dar testimonio, porque tenía que decir las verdades para que, hoy, alguien como yo pudiera leerlo, comprender y seguir su legado. Por eso estudié periodismo: para poder dar voz a los que no la tienen, para cantarle a los poderosos las verdades que tanto les escuecen, como Barea, de manera tranquila y sencilla, sin gritar. Por que como él, yo también soy un idealista aburguesado que se rebela contra la sociedad injusta que le rodea. Porque tengo el deber histórico de continuar con el trabajo de tanta gente cuyo único crimen fue buscar una vida mejor, y mi mejor arma son las palabras.

En el último libro Barea se refugia en Calpe durante algunas semanas huyendo del horror de Madrid. En un restaurante donde iba a comer paellas, le pregunta al dueño: "¿Ganaremos esta guerra?" Él le contesta: "Sí...pero no ahora".

Mientras, habrá que seguir vomitando las palabras que no somos capaces de digerir.

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