Desde entonces he pensado muchas veces en el concepto de la vida como instante. No solemos prestarle atención en la rutina de nuestros día a día pero un instante puede llevarte a la cima y en un instante puedes notar todo el peso de la realidad sobre ti y sentir como algunos de los pilares sobre los que habías edificado tu vida se desmoronan.
La vida entendida como un conjunto infinito de instantes es lo que la hace tan especial, lo que nos convierte en únicos. Lo bueno de nuestra existencia es que ni los peores momentos duran para siempre. Lo malo es que tampoco los mejores son eternos.
Solo si entendemos la vida como instante tiene sentido que, al mirar a una época pasada pensemos lo felices que éramos pero, curiosamente, mientras la vivíamos no éramos del todo conscientes. No es la época lo que nos hizo felices, si no el recuerdo de todos esos instantes que nos dejaron huella. Y a veces, precisamente son los instantes más felices los que duelen tanto después, hasta el punto de idealizarlos.
Dicen que si te duele el pasado es porque has sentido. Es porque esos instantes merecieron la pena. Pero el dolor también es un instante que va y viene. Y los instantes se van haciendo borrosos conforme el dolor va dejando sitio a nuevos instantes felices construidos al principio con dificultad, después con mayor rapidez.
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