martes, septiembre 02, 2008

Las dos orejas (I parte)

Acudieron señores y señoras, niños y ancianos, casados y solteros a las festividades del madrileño pueblo de San Sebastián de los Reyes. A las 12 de la madrugada, la ciudad se iba a vestir de luces de colores y fuegos artificiales y los asistentes vestían sus mejores galas sabiendo que la faena sería memorable. Era una plácida noche de verano.

En el anfiteatro no cabía ni un alfiler y los últimos ocupaban el césped de la parte de arriba y allí se sentaban dispuestos a contemplar los mejores fuegos de artificio que jamás hubieran visto. Con 5 minutos de cortesía sobre las 12 comenzó el espectáculo. El diestro de San Sebastián, por mejor decir, el artista de semejante faena, tenía preparado para el final una maravilla de luces y estruendos que nadie podrá olvidar.

La lidia comenzó con tres chupinazos distantes los unos de los otros, como anunciando que la magia estaba apunto de empezar. La sinfonía luminosa y sonora ascendía y descendía sin parar, como si de un ballet artístico se tratara. El público, entusiasmado, aplaudía espontáneamente ante las revelaciones verdes, moradas y rojas, que poco a poco fueron sustituidas por un dorado estrellado que el respetable miraba con asombro y admiración.

Cuando parecía que el torero había terminado su faena, matando a un toro manso, comenzó lo bueno de verdad. Se desató una guerra en el cielo que los ojos no conseguían abarcar por completo. Destellos arriba, destellos abajo hasta que finalmente el ruido paró y dio paso a una lluvia de estrellas doradas que descendió de los cielos tocándonos el corazón. Para redondear la excelente faena, el artista encargado de tan maravillosa obra hizo sonar tres chupinazos seguidos, simbolizando un final apoteósico.

La gente se levantó y vitoreó, aplaudió a rabiar. yo, desde mi privilegiado lugar, también me levanté y desde el ccorazón grité: ¡Las dos orejas! ¡Qué le den las dos orejas! Y juro que en ese momento no saqué un pañuelo blanco para pedir al inexistente presidente del festejo que sacaran al artista de semejante lidia por la puerta grande del anfiteatro.

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