jueves, abril 23, 2020

Sin esperar nada a cambio


David se despertó empapado en sudor. Había soñado que estaba en una guerra, rodeado de enemigos, refugiado a duras penas detrás de un matorral. Oía como los disparos estaban cada vez más cerca, lo iban a descubrir y sentía que nadie vendría a socorrerle, ni sus compañeros ni sus superiores. Estaba solo.

Entró al trabajo  a la hora habitual, el hall de la comisaría estaba abarrotado. Solo en los últimos días se había abierto la mano para que los policías municipales empezaran a poder cogerse vacaciones porque, hasta entonces y todavía, la consigna era que se viera al mayor número de agentes en la calle. Las condiciones de seguridad en el trabajo eran algo secundario, solo importaba transmitir buena imagen.

Eran numerosos, además, porque por fin habían empezado a hacer los test del Covid 19 a los miembros del cuerpo, por lo que muchos compañeros que se habían quedado en casa alegando síntomas u otras razones para no ir a trabajar, se habían tenido que reincorporar. Para David estos ya no eran compañeros, porque salvo tres casos contados y verdaderamente justificados, la mayoría de ellos solo habían puesto excusas para no exponerse mientras el resto se mantenía en primera línea.

Allí reunidos, el mando comenzó la charla habitual y les dio una noticia largamente esperada. Habían llegado por fin las mascarillas reutilizables de grafeno. Salvo por alguna donación desinteresada de particulares, los primeros 15 días desde que se había declarado el Estado de Alarma  tuvieron que hacer su trabajo sin ningún tipo de protección, mientras que los siguientes 20  sobrevivieron con una mascarilla quirúrgica a la semana. Este tipo de mascarilla protegía a los demás de ti, pero no a ti mismo y la recomendación era la de un solo uso por actuación. Poco a poco se hacían progresos, pero no al ritmo deseable.

Mientras el mando hablaba su mente se evadió. Comenzó a pensar en lo vivido estas últimas semanas. El 80% del trabajo eran molestias vecinales y quejas por ruido. Entre el resto de actuaciones destacaban la apertura de domicilios de personas que pedían auxilio o que no contestaban a la llamada de los  servicios sociales. Eran los momentos más delicados porque, una vez dentro de la casa, no había más remedio que estar cerca de las personas que allí residían e incluso había que tocarlas para poder darles ayuda.

También controlaban que se respetaba el Estado de Alarma, por supuesto. David era un convencido de que las medidas tan duras que se habían impuesto eran fundamentales. De hecho, desde que se había reactivado tenuemente la actividad tras la Semana Santa, se veían muchos más coches en los controles. Era una tarea fundamental que nos protegía a todos pero demasiadas veces incomprendida. Poco a poco la gente iba concienciándose pero todavía tenían que hacer mucha labor de mediación con ciudadanos que no entendían, por ejemplo, que no se podía hacer obra en casa o que sacar a al perro a 5 km de casa no estaba permitido. 

Después, como siempre, quedaba al criterio del policía ser más estricto o menos. David creía que la mayoría era bastante indulgente con muchas personas porque era imposible demostrar muchas veces si la historia que le contaban era real o inventada y si se sancionaba luego es que la policía solo está para poner multas…

También había momentos buenos, como cuando realizaban alguna actuación en ayuda de una persona en apuros y los vecinos les aplaudían y no habían sido pocos los que les habían dado las gracias por su labor cuando se cruzaban con ellos por la calle. La última iniciativa que habían puesto en marcha permitía que los padres apuntaran el cumpleaños de sus hijos.  La fecha señalada, la mayoría de unidades disponibles acudían a su domicilio a felicitarlo desde los coches con música y así hacían un poco distinto un día que, hasta hace pocas semanas, ese niño habría imaginado de una forma muy diferente.
Aunque, sin duda, el mejor momento del día era cuando se acercaban las 8 de la tarde y todos los cuerpos de seguridad acudían al hospital  No es que hubiera mucha unión entre los distintos cuerpos pero, para los aplausos en el centro de salud, quedaban todos un poco antes en un punto para ir con las sirenas como si fueran uno a rendir homenaje a los médicos.

Se acordó de su sueño y le vino a la mente una pregunta que llevaba varios días rondándole por la cabeza. ¿Por qué el Ministerio del Interior no consideraba a la policía como grupo de riesgo? Entendería y agradecería la honradez de decir que no había mascarillas para todos o que estaban priorizando a los sanitarios, lo que fuera, menos que les dijeran que no corrían ningún riesgo cuando tenían que acudir a un domicilio porque una persona mayor pedía auxilio, cuando había un caso de violencia de género o cuando daban con una persona en la calle que se ponía agresivo porque no le daba la gana confinarse en su casa.
El mando había terminado de hablar. La mirada de David se cruzó con la de su compañero y comenzaron a andar uno al lado del otro de camino a la calle. En su movimiento acompasado había cierto aire de soldados veteranos, que hacen su trabajo por profesionalidad y compromiso consigo mismos y con toda aquella gente que, en aquellos días, cumplía con su deber sin esperar nada a cambio.

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