Este artículo es ciencia ficción, pero debería cumplirse y
por eso deberías leerlo.
Las emociones juegan un papel fundamental a la hora de explicar
el comportamiento y evolución de la economía mundial. El optimismo empuja a una
sociedad y su economía por encima de lo esperado, mientras que el pesimismo
tiene el efecto contrario. Así lo han señalado distintos economistas en los
últimos 100 años, tal y como explicó el periodista Antonio Gutiérrez-Rubí en un
reciente artículo.
La moraleja es que, de ese estado de ánimo colectivo a
distintos niveles, va a depender cómo salimos de la crisis económica que viene
por la pandemia del coronavirus. Estaría el nivel global, o como los
principales países del mundo se enfrentan de forma conjunta a esta crisis;
después podríamos hablar de un nivel europeo y, por último, a nivel nacional,
en este caso España.
Voy a centrarme en este último, aunque mirando de reojo al nivel
europeo. Según datos del Barómetro Covid-19 de Kantar, que analiza datos de 50
países de todo el mundo, España se sitúa entre los Estados más pesimistas con
respecto a la recuperación económica tras la crisis. Apenas uno de cada cinco
ciudadanos confía en que, una vez superada la pandemia, habrá una recuperación
rápida, frente al 65% de la población china.
Se ha hablado mucho de carácter pesimista típicamente
español, que podría explicar una parte de esta estadística, pero da la
impresión que tiene más que ver con lo que los españoles sienten cuando miran
hacia quienes nos gobiernan. Ni en una crisis de esta magnitud pueden dejar sus
rencillas de salón, su guerra por ganar el relato, sus medias verdades para
quedar por encima de los otros. En este contexto, ¿Qué vecino no se mete en
casa a las ocho y cinco, tras aplaudir con orgullo a quienes se juegan su salud
cada día en el trabajo, preocupado porque más allá de buenas palabras no tienen
un respaldo unánime de las instituciones?
Si en esas
negociaciones más o menos sinceras, más o menos propagandísticas que ha
ofrecido el Gobierno, se produjera un gran acuerdo entre los principales
partidos, ¿Alguien duda de que el porcentaje de pesimistas se reduciría
sustancialmente?
La situación es grave. Conviene recordar que la crisis de 2008
se combatió de una forma parecida a la que estamos viviendo. Con más gasto
público para sostener la actividad privada, el empleo y la capacidad
adquisitiva de los ciudadanos. Y conviene recordar, sobre todo, cómo esa
estrategia terminó de un día para otro, en mayo de 2010, cuando los mercados
atacaron Grecia, Irlanda, Portugal, Italia y España y dispararon el interés que
debían pagar esos países por toda esa deuda que habían contraído.
De ahí la reivindicación de España e Italia en las últimas
semanas por la emisión de coronabonos, es decir y resumiendo mucho, que todos
los países europeos paguen el mismo interés por su deuda. Alemania y Holanda
pagarán más de lo que lo harían en solitario pero, a cambio, los países del sur
de Europa podrán hacer frente a su pago sin temor a la bancarrota y sin
necesidad de pasar otra década estrangulados por la austeridad.
Los europarlamentarios españoles tienen un papel muy
relevante dentro de sus respectivos partidos a nivel europeo, más todavía tras
la salida del Reino Unido. Acudir a Europa con un planteamiento conjunto, la
voluntad de trabajar en la misma dirección puede suponer la diferencia entre el
éxito y el fracaso de nuestras pretensiones.
Si los que tienen responsabilidades de Gobierno a nivel
nacional, autonómico y local asumen la responsabilidad de salir juntos de esta,
creo que todos los que estamos encerrados en casa sentiríamos que, esta vez sí,
podemos ser positivos de cara al futuro porque estamos unidos. Y eso no significa estar de acuerdo en todo ni tener que ir juntos a todas partes. A veces es tan sencillo como mirar en la misma dirección.
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