domingo, marzo 23, 2008

Crónicas de Córdoba

Aquella mañana me levanté pronto para emprender un nuevo viaje. El destino era Córdoba, enclave levantado por los romanos, que luego se convertiría en la capital del próspero reino de Al-Andalus. En Madrid hacía mucho frío, el futuro era incierto, tres días de aventura, no se podía pedir más.

Durante el camino nos siguió una nube negra que intermitentemente descargaba lluvia hasta que pasamos despeñaperros y aparecieron el sol y los olivos jienenses. Pasamos Bailén y el paisaje cambió. Los campos cordobeses se habían vestido con mantos de diferentes verdes para recibirnos, lo que contrastaba con los deprimidos páramos castellanos que habíamos pasado no hacía mucho. Era hermoso contemplar el rico paisaje andaluz.

Córdoba debe ser la ciudad de los olores. El terrible trancazo que me llevé de Madrid me impidió comporbarlo con mis propias narices, pero mi amiga Lara no paraba de decir que Córdoba olía a flores, excepto cuando pasábamos cerca de excrementos de los caballos de los carruajes turísticos que pasean a diario por la ciudad, que entonces decía: "que mal huele". A lo que en una de esas le contesté: "suerte que yo no pueda oler". Me replicó: "Bueno, tampoco hueles las flores". Touché.

Nos hospedamos en la casa de Rafa, un amigo de Lara que era de allí. Él y su novia se portaron de manera exquisita con nosotros todo el tiempo, nos prestaron todas las atenciones y me ayudaron con mi catarro. La casa de Rafa era una mansión andalusí, con patio interior iluminado y azulejos con grabados de arte árabe. Enorme, preciosa. Le hicimos muchas fotos.

Por la tarde bajamos a buscar a la novia de Rafa a la salida del trabajo y juntos fuimos a ver una procesión de las muchas que hay esos días por Córdoba. "Cinco o seis al día", dijo Rafa. Todos los "pasos", como le llaman allí, tienen que pasar por obligación por la plaza de las tendillas, donde se podían alquilar asientos cada día para tener una vista inmejorable, dado la enorme afluencia de público que siempre hay.

Para los cordobeses los pasos de Semana Santa deben ser muy importantes o, por lo menos, acontecimientos sociales. Por donde fuéramos caminando nose hablaba de otra cosa. Que si el año pasado fueron por aquí, que si "nosequien" es costalero del paso del Cristo de los Faroles y así. De pronto, empezó a llover. Mala señal. La gente miraba con caras de preocupación hacia el cielo y yo pensé que quizá viéramos a los nazarenos llorar como sale siempre en televisión. Un detalle llamó mi atención. Llovía, pero hacía el sol. Creo que era por la eterna batalla de Semana Santa: lloran las nubes en la tierra porque ha perdido a un hombre excepcional, un profeta, un héroe, una esperanza, y brillaba el cielo con intensidad porque ha ganado un dios.

Al final pareció ganar el cielo y el paso de la legión salió aunque con retraso. Primero pasaron los nazarenos, vestidos de rojo y negro, recibidos con aplausos. Luego pasó el Cristo de oro y plata y por último pasaron los legionarios, con sonido de tambores y cánticos. Era la primera vez que participaba en una procesión de Semana Santa y sentí un profundo respeto para quienes cada año deciden revivir la experiencia más traumática de un creyente: la muerte de su propio dios.

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